sábado, 30 de mayo de 2009

Any given sunday...



Quisiera ir a un café. Almorzar una gran ensalada. Tener revistas en otros idiomas.Terminar la tarde con un beso en la boca de alguien que esté sentado a mi lado, que me quite un poco de ensalada y me pregunte qué estoy leyendo.

domingo, 17 de mayo de 2009


No sé por qué me la imagino gris. Nunca la describiste así, pero me la imagino con neblina y con una especie de tono azul. Me imagino a Montevideo en invierno, no sé por qué. 

Íbamos caminando hacia el café que tanto habíamos imaginado, que tanto habíamos envidiado, caminando por las calles de esa ciudad acogedora y escenario de las metáforas más lindas.

Íbamos caminando por una plaza con banquitos, que no sé si existe, emocionados por la intriga y las ganas de no interrumpirte. Sabíamos, mi compañero y yo, que te encontraríamos, eso nunca lo dudamos.

No llegamos al café porque estabas en la plaza, en uno de los banquitos que no sé si existen. Yo te vi primero, estabas de espaldas a nosotros, con una chaqueta gris, una camisa blanca y pantalones beige. Estabas escribiendo algo en tu libretita, lo cual, seguro, era un hábito de todos los días.

Paré de caminar, habíamos llegado. Me metí la mano en el bolsillo y agarré la servilleta que tenía escrito todo lo que te quería decir, con la otra mano agarré a mi compañero y nos sentamos a tu lado.

Teníamos demasiadas ganas de no interrumpirte y de darte nuestra servilleta, ése era el plan. 

Apenas nos sentamos dejaste de escribir, guardaste la libreta en el bolsillo de tu camisa y te quedaste mirando hacia el frente, casi ni nos miraste. 

Te veías chiquitico, tranquilo. Entonces decidí ver al frente también y disfrutar de la escenografía de la próxima historia y de los próximos personajes. 

Cuando me acordé de Avellaneda me armé de valor y te di la servilleta, la puse dobladita en tu pierna derecha, te vi a los ojos y sonreí. No sé cómo hicimos pero, muy valientemente, nos quedamos hasta que la leyeras, dos segundos más tarde y con una mirada cómplice, pasó lo más lindo que nos podía pasar, nos dijiste: "De nada". 

Eso era todo lo que necesitábamos, ahora sólo quedaba disfrutar del paisaje gris con un tono azul. Nos levantamos y caminamos, sonrientes, de vuelta al hotel sin decir nada durante el camino, convirtiéndonos, a cada paso, en uno de tus personajes.

Chau, Mario.

lunes, 4 de mayo de 2009